Page 65 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—Yo nada. Yo soy la escolta.
Así, hicieron las compras completas, el Coronel muy serio detrás de Sofi y Sofi
tratando de aguantar la risa. Pero yo sé que el Coronel hubiera querido que las
compras duraran toda la tarde y más, hasta la noche de ser posible. Y también sé
que el Coronel deseaba que tuvieran que cruzar muchas calles juntos.
—Es todo, vámonos —sentenció Sofi cuando echó en la bolsa lo último de la
lista que le había hecho la señora Fuentes.
El Coronel asintió, cerrando la bolsa y procurando que no se notara que le
pesaba bastante. Cuando volvieron a Bucareli fue él quien tendió la mano a Sofi,
pero sin mirarla. Luego, cuando ya estuvieron del otro lado de la banqueta, se la
soltó como si le quemara.
—Poncho, ¿por qué no mejor caminas a mi lado?
—Porque no se debe. Soy tu escolta.
—Pero yo quiero.
Ni cómo negarse. Y menos porque de eso pedía su limosna el Coronel.
Caminaron un rato en silencio hasta que Sofi abrió la boca para platicar. Es bien
sabido que las niñas pueden platicar un día entero si se lo proponen. Los niños
prefieren jugar. Pero estando juntos un niño y una niña no se sabe bien lo que
puede pasar; hay niños que acaban platicando igual sin sentirse mal por ello
(aunque siempre ayuda que no haya otro niño mirando).
—Mi mamá se lastimó el tobillo en las escaleras el sábado. Y se le puso bien feo,
como bola. ¿Sí viste?
—Sí.
—Yo hubiera llorado horrible si me pasa a mí. Pero mi mamá es muy fuerte.
El Coronel recordó aquella vez que Sofi Fuentes se raspó las rodillas en la clase
de gimnasia y no lloró. Pero no dijo nada.
—¿Por qué casi no juegas con nadie en el recreo? —preguntó ella.