Page 63 - Diario de guerra del coronel Mejía
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quisiera.


               Cuando volvimos a la vecindad el cabo Ipana estaba con los ojos cerrados y tuve
               que regañarlo por dormirse en el deber. Luego le impuse un castigo de cuarenta
               sentadillas.


               Sofi me dio las gracias y se metió corriendo. El cabo Ipana me dijo que era
               bueno tener una misión tan importante como cuidar a la señorita Sofi, pero yo
               preferí hacer como si no lo hubiera escuchado porque a veces siento que se

               vuelve muy confianzudo para ser un simple cabo.





               El mercado Juárez se encontraba donde todavía puede verse hoy, sólo que en
               aquel entonces lo conformaban pequeños puestos de madera con lonas a modo
               de sombrillas y marchantes con su mercancía en el suelo sobre periódicos o
               sábanas. A un lado había un depósito de basura. Y cerca, la escuela oficial

               primaria Horacio Mann.

               Un día en que estábamos haciendo nuestra ronda por el patio de la vecindad se
               asomó la señora Fuentes por la ventana y nos pidió que subiéramos. Se veía de

               dónde había sacado Sofi los ojos azules y la nariz alargada, aunque la sonrisa
               seguro le venía del lado del padre, porque la señora siempre estaba vociferando y
               quejándose de todo. En esta ocasión se quejaba de una venda en el tobillo.


               —Poncho, ¿acompañarías a Sofi al mercado? Necesito unas cosas y sigo sin
               poder caminar.


               Por lo general la señora Fuentes iba sola al mercado. Varias veces la habíamos
               visto salir y entrar cuando hacíamos guardia en la puerta. Pero en los últimos
               días no se había aparecido. Si el Coronel me hubiera preguntado, yo le habría
               dicho que me parecía muy sospechoso. Pero nunca me preguntó. Y mejor,
               porque así resolvimos el misterio juntos.


               —Claro, señora, cuente con ello —dijo el Coronel.


               —¿Estás seguro de que no te haces daño con ese rifle, Poncho? —preguntó la
               señora, porque en ese momento llevaba el Coronel la resortera tensa, como si
               fuera a disparar pronto. Había preparado el fusil antes de subir porque pensó por
               un momento que tal vez la señora hubiera visto algún enemigo desde la ventana
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