Page 119 - El hotel
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EPÍLOGO






               NATURALMENTE, a estas alturas te estarás preguntando cuál era el secreto de
               los canadienses. Pues, la verdad, este secreto yo no te lo puedo contar. Solo te
               puedo decir que iban de incógnito y que es posible que no fueran canadienses. O
               sí.


               Un día sonó el teléfono. Los canadienses lo cogieron, se pusieron a hablar
               español como si supieran hacerlo desde siempre y al día siguiente se fueron. Nos
               dio mucha pena.


               Quizás te estés preguntando también qué pasó con todos ellos, con nuestros
               huéspedes: el señor X, el notario y el forense y mamá Leo. Y qué pasó con el
               hotel y con nuestra familia. Eso sí te lo puedo contar.


               Mamá Leo murió a los pocos años. Llevaba un abrigo de pieles y los labios
               pintados, y se quedó como desmayada con una sonrisa mientras hablaba de
               Fáskrúðsfjörður. Durante mucho tiempo, por las noches, se escuchó en el hotel
               una voz recitando los puertos islandeses, y era el fantasma de mamá Leo que
               recorría la casa, reviviendo aquellas fantasías suyas que tan feliz la hicieron en
               sus últimos años de vida. Currito y Rosa se casaron y se quedaron a vivir con
               nosotros en el hotel, junto al notario y al señor X, hasta que al final, con los años
               y la muerte del abuelo Aquilino, el hotel se vendió. Pero mucho antes de eso, el
               señor X y la farmacéutica tuvieron su pequeña gran historia de amor. Nadie sabía
               cómo aquella mujerona aguantaba al antipático del señor X. Pero en una cosa

               mamá no se había equivocado: un antipático en la familia da mucho juego. Y al
               final se les acaba queriendo como al que más. Y Goyo y yo... bueno, Goyo y yo
               seguimos siendo tan amigos como siempre.


               Ahora, cuando paso por el ayuntamiento y veo el edificio moderno y feo que han
               construido en el lugar donde estuvo la casona, siento lástima, pero también
               sonrío al recordar esos años maravillosos junto a mis tíos, que me hicieron
               comprender que la ilusión es la esencia de la vida. A veces, si nadie me ve, doy
               unos saltitos en la calle, con los brazos levantados. Y si llueve, siento la lluvia y
               el viento en el rostro y giro, y eso me gusta.
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