Page 116 - El hotel
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Y entonces escuchamos:
–¡Pero qué muzica ez eza que ni tiene zentimiento ni tiene pazión!
Y era el forense, que estaba en la puerta con las maletas. Nos quedamos tan
pasmados que tardamos en aplaudir. Al tío Manolo se le encendieron los ojos. Y
no digamos a la tía Rosa.
Currito, por hacerse notar, se arrancó con una copla. Cuando su voz era solo un
recuerdo en el aire, alguien le preguntó.
–¿Pero tú no estabas en Cádiz?
–¿Y qué ze me ha perdido a mí allí? –dijo, poniéndose colorado–. Mañana
mizmo viene toda mi familia a inztalarze al hotel. Azí no ze podrá negar que no
zea un hotel rentable. Nadie podrá echarnoz.
–Ya nadie nos va a echar –dijo el abuelo a punto de llorar de la emoción.
Goyo me miró. Como yo no me movía, me empujó un poco hacia el señor X.
–Te toca –susurró.
Aún tardé un rato en aclararme la voz.
–Que... que... –dije, y me parecía al abuelo cuando se ofuscaba–. Que gracias,
señor X. ¡Hala, ya está!
Goyo volvió a mirarme, recriminándome. Tuve que continuar.
–Y que... que, como dueña del hotel, me gustaría invitarle a que se quedara con
nosotros en la habitación de honor.
Miré a mi amigo y concluí:
–Para siempre.
Todos acogieron mis palabras con aplausos y vítores y se lanzaron sombreros al
aire. En realidad, solo la tía Azucena tenía sombrero. El señor X moqueaba,