discúlpate ante el señor X!
Lo que me faltaba. Me puse colorada de puro enojo. ¿Disculparme? ¡Jamás!
–Dejad a la niña, creo que tiene razón.
El señor X estaba encogido sobre sí mismo, como un pollo mojado de tanto que
sudaba. Tenía los ojos enrojecidos y le temblaba la voz. Todos le miramos.