Page 108 - El hotel
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El despiadado señor X continuó:
–A pesar de que todos pensaban como la niña y de que yo les advertí de que no
iba a cambiar una palabra del informe, ustedes me acogieron con mucho...
ejem... ejem... ca... cariño (le costaba decir este tipo de palabras). Y no solo eso,
sino que les dijeron a los del banco que eran mis... vaya, vaya... am... am...
amigos (aquí tuvo que contener las lágrimas). Han llenado mi vida de ilusiones,
y eso que yo había roto las suyas. Fue de nuevo esa moco... ejem... esa niña la
que me lo hizo ver muy claro, y cuánta razón tenía. Les corté las ilusiones a
todos: a doña Leonor, a Juanita, a Manolo, al exhuésped señor forense, a usted,
don Aquilino. Por ese motivo he venido. Ya que las cosas están como están y no
puedo hacer nada por cambiarlas, quiero devolverles sus ilusiones, restablecerles
ciertas cosas. Por eso les he traído unos... ejem... re... re... regalos, unos
souvenirs...
Todos aplaudieron.
–¡Qué discurso tan bonito! –dijo la tía Rosa, emocionada.
Hasta casi me gustó a mí.
–En primer lugar, tengo una carta para Juanita que me ha dado... bueno, ya
saben... el de... el de correos.
Todos supimos que mentía, pero nos alegramos por ello.
La tía Juanita corrió a coger la carta, un poco nerviosa, y la abrió allí mismo.
Trató de poner ojos de enamorada, pero no le salían nada bien. Seguro que
aquella carta la había escrito el señor X. ¡La de tonterías que pondría!
Mi madre le dio un codazo a la tía Azucena:
–Hay que ver cómo se esfuerza este hombre...
–Y qué mal le sale –susurró ella.
El señor X continuó con los regalos. A mamá Leo le entregó otro sobre. Ella lo
abrió con las manos temblorosas y sus viejos ojos pestañearon perplejos cuando