Page 104 - El hotel
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aire frágil, casi azulado y triste del hotel. Afuera, rebotaba la lluvia.


               A media noche, cuando daba vueltas en mi cama, inquieta, escuché unos
               gemidos. Me levanté ansiosa, casi contenta, pensando que eran los fantasmas.
               Pero sus llantos eran demasiado infantiles. Entonces me di cuenta de que se

               trataba de mis hermanos. Estaban juntos, acurrucados y llorando. Fui hacia su
               cama.

               –¡No quiero irme del hotel! –dijo el mediano.


               –¡Echo de menos a papá! –gimoteó el pequeño.


               Volvieron a sus llantos, y yo vi aquellos ojos tan grandes y tan negros que sentí
               que me dolía el corazón. Los abracé.


               –No os preocupéis, hermanitos –les dije–. Papá siempre estará con nosotros
               vayamos donde vayamos. Está aquí, en nuestro corazón. Y alrededor de
               nosotros, ayudándonos. Eso no nos lo podrá quitar nadie. Vayamos donde
               vayamos, estaremos todos juntos.


               Entonces recordé la canción que me había susurrado el tío Manolo, y les canté
               muy bajito:






               No llores, no, que la vida es muy breve.


               Todo se pasa como una sombra leve,


               ea que se vá...





               Cuando se durmieron, regresé a mi cama. Sentía un peso muy grande en el
               corazón. Quería rebelarme contra todo aquello, pero no tenía fuerzas. El espíritu

               de mi padre sobrevoló mi almohada y vino a posarse a mi lado. Con aquella
               compañía, acabé por dormirme. No me desperté hasta que la luz se instaló en
               mis párpados y era como un pájaro.


               Se oían ruidos en el salón. Corrí descalza y allí estaba otra vez.
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