Page 102 - El hotel
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No te voy a contar los detalles de la fiesta, solo que hubo mucha música y
Currito y el tío Manolo cantaron como en los buenos tiempos.
La tía Rosa bailaba por alegrías que era un primor, y había que ver cómo se
miraban a los ojos ella y el forense, justamente ahora que el andaluz tenía que
marcharse.
Los canadienses, por su parte, estaban a lo suyo, palmea que te palmea, y el tío
Florencio escanciaba sidra desde tan alto que el chorro cristalino rebotaba en el
cristal del vaso sonando como los ángeles.
Con canciones lentas, la tía Juanita y mamá Leo bailaron juntas, y también la
farmacéutica y el señor X. Había que verlos, ella tan grande y él tan canijo, ella
tan colorada y él tan pálido, ella tan bruta y él tan meticuloso, ella tan cándida y
él tan antipático. Qué buena pareja hacían.
Al fin, Currito cogió las maletas y pidió un taxi. Le despedimos desde la puerta y
él tuvo palabras amables para todos, incluido el perro Nicanor. El taxi dejó una
nube de polvo y nos fuimos todos adentro, excepto Goyo y la farmacéutica, que
regresaron a su casa. También el señor X, a saltitos y guiñando mucho los ojos,
como antaño, se alejó por la plaza. Al poco, se detuvo y se dio la vuelta. Durante
un rato contempló el anuncio de «Se vende» que el abuelo Aquilino había
colgado de una de las ventanas. Y si no hubiera sido porque sabíamos que aquel
era el señor X, habríamos pensado que algo conmovía su alma. Parece que fue
entonces cuando al señor X se le ocurrió.