Page 98 - El hotel
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               LA FIESTA DE DESPEDIDA






               AL FINAL, la comida resultó un éxito.


               De todos nosotros, había dos personas felices: el notario, con su cinta
               magnetofónica, y el forense, al que le habían dado su ansiado traslado a Cádiz.
               También el señor X parecía contento, porque se embarullaba con las palabras y
               no volvió a reírse de nadie. Cuando terminamos, la tía Azucena y la
               farmacéutica le acompañaron a la puerta.


               –Ya sabe dónde tiene su casa –dijo la tía Azucena.


               –¡Hasta que se venda! –gritó alguien, de malos modos, desde el comedor, y yo
               creo que fue el tío Florencio.


               –Puede venir cuando quiera –completó la tía, ignorando a su hermano.


               –¡Eso! –dijo la farmacéutica, entusiasmada, y le arreó un cachetazo en la
               espalda.


               El señor X le tomó la palabra y cogió la costumbre de venir a comer con
               nosotros. Aquellos días, en el interior de la casona se hacían muchos
               preparativos. La marcha del forense y el cierre del hotel no dejaban tregua a mi
               familia. Yo no entendía cómo no guardaban rencor al antipático del señor X.


               –Él ha hecho su trabajo. No debemos mezclar –me dijo mi madre, resignada y
               bella.


               –Pero sigue siendo un antipático –dije yo, que aún debía aprender mucho de mi
               familia.


               –A los antipáticos también se les coge cariño –aseguró mi madre–. Y luego dan
               mucho juego en las familias. Además, el señor X está cambiando, y eso es lo
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