Page 99 - El hotel
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más importante. Tu abuelo está muy orgulloso.


               Y era verdad. Con cada visita, el señor X parecía menos un gorrión, ya no iba
               dando saltitos. Incluso dejó de pestañear y a veces se le escapaba una sonrisa.
               Tanto fue así que la tía Juanita se volvió a atrever a sacar un papel del bolsillo y

               a poner ojos de enamorada. El señor X no se rio, y todos nos sentimos
               reconfortados.

               También mamá Leo empezó a maquillarse y a llegar tarde a comer. Aún no se

               animaba a vestirse de gala, pero un día dijo:

               –Esta noche me he mareado un poco –y sonrió expectante.


               –¡El perro Nicanor también empieza a sentir las corrientes! –señaló el abuelo
               Aquilino, mirando de reojo al señor X.


               Y él, nada, ni se inmutó.


               Los que ya no peleaban cantando eran el tío Manolo y Currito. Parecía como si
               el forense, desde que supo lo de su traslado, ya no necesitara cantar flamenco.
               Por respeto, el tío Manolo también callaba.


               Los canadienses estaban a lo suyo sonriendo, y el notario, cuando terminábamos
               de comer, se levantaba muy circunspecto, nos miraba con sus ojos de salmonete
               y se encerraba en su cuarto. Durante horas, oíamos la salida de los trenes de
               Orense, de Villablinos, de Cangas... y había que reconocer que aquella Marineli
               tenía una voz hermosa y que, desde entonces, las tardes en el hotel se habían
               vuelto más dulces.


               Pero nada de eso me quitaba a mí la tristeza por la venta del hotel. También el
               ángel que era mi padre aleteaba con más aflicción, y yo no sabía si iba a
               quedarse en la casona con los fantasmas o si podía seguir a mi familia allá donde

               fuéramos. El abuelo Aquilino nos tranquilizó diciéndonos que aún pasarían
               meses hasta que alguien se decidiera a comprarlo, y que quien lo comprase
               seguramente quisiera mantener el hotel.


               –Y tal vez –dijo el abuelo– nos permita seguir llevando la gestión.

               Con esa esperanza vivíamos.
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