Page 103 - El hotel
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               LA VENTA






               EL ABUELO AQUILINO nos reunió a todos. Llevaba los bigotes caídos, y las
               gafas, y también sus brazos se desmayaban a lo largo del cuerpo.


               –El hotel ya tiene comprador... –nos anunció.


               Nadie diría que aquella voz había sido alguna vez una voz de domador de
               leones.


               Nos miramos desolados. Los ojos de todos, incluidos los de los canadienses, se
               aguaron o se enrojecieron y en nuestras gargantas se anudó la angustia.


               Goyo y yo pasamos la tarde en los columpios. Yo me dejaba mecer y cerraba los
               ojos. El vértigo del movimiento se unía al de la pérdida. Todo estaba ahí, en mi
               estómago, clavándose como un hierro amarillo. Subiendo. Bajando.


               Los pies en el aire. Eso sí me gustaba.


               Y también que Goyo estuviera conmigo, aunque fuera tan silencioso que parecía
               que no estaba.

               –A mí no me pierdes –susurró mientras nos balanceábamos.


               Eso fue lo único que dijo, y fue suficiente.


               Aquella noche cenamos en silencio. Al final de la cena, el abuelo se puso a hacer
               planes de futuro. Trataba de mostrarse optimista, pero sus bigotes y sus hombros
               seguían desmayados. También la tía Azucena intentó gastar alguna broma. Nadie
               se rio ni se puso una servilleta en la cabeza.


               El ambiente estaba enrarecido. Solo mis hermanos parecían ajenos a aquella
               congoja y se peleaban entre sí o jugaban, y sus gritos era lo único que llenaba el
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