Page 113 - El hotel
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–La moco... ejem... la niña tiene razón –repitió–. Estabais todos mejor antes de
que yo llegara, y ni siquiera sé hacer regalos. ¡Soy una calamidad!
–¡Pero si son regalos fantásticos!
–Buenísimos.
–¡Los mejores!
–¡Basta, basta! Dejad de mentir –pidió el señor X–. Sé que todos pensáis como
ella y que os portáis así conmigo por compasión. Que os doy lástima. Nada más.
¡Y no soporto la lástima! ¡Me iré! No volveréis a verme, pero te ruego, moco...
ejem... Paloma, que aceptes mi... mi... regalo. Nada más. ¡Toma! ¡Ha sido muy
grato venir a comer con vosotros! ¡Adiós!
El señor X extendió sus guantes, se abotonó la camisa y salió de la casa con paso
largo.
Todos le vimos irse y sentimos un no sé qué.
Yo miré el sobre que había dejado en mi mano. Después volví la vista hacia
Goyo. Sentí que de nuevo lo había estropeado todo. ¿Por qué yo no era como el
resto de mi familia? Un soplo de aire me recorrió la nuca. Los ojos se me
inundaron de lágrimas. Pensé que si pestañeaba me resbalarían por las mejillas.
–Oye, neña, ¿vas a abrir el sobre ese o qué? –preguntó entonces la farmacéutica.
Y, para animarme, me dio un cachetín en la espalda que casi se me sale un riñón
por la boca.
Yo volví a mirar a Goyo y él asintió para que abriera aquel estúpido regalo.