Page 23 - El hotel
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UN ÁNGEL Y TRES FANTASMAS
CON TANTA FIESTA y tantos tíos, creerás que era difícil encontrar tiempo para
estar triste. Pero a mí ese tiempo no me faltaba. A veces, cuando atardecía y se
ponía a llover llevándose los paisajes y las luces, yo me sentaba en las escaleras
del hotel y pensaba en mi padre. O mientras me balanceaba en los columpios
oxidados del patio trasero y el viento me entrecerraba los ojos. O cuando
apretaba la nariz contra el cristal y dejaba vagar la vista sobre el horizonte verde
y nuboso. Y en cualquier momento. Porque a veces llegaba la imagen de mi
padre sin previo aviso, como un rayo que me atravesaba y me dejaba suspensa,
pensando que iba a entrar de un momento a otro por aquella puerta, la del hotel,
y que diría alegremente:
–Por culpa de esta maldita lluvia he tardado tanto.
Pero no llegaba.
Había días que miraba con tanta fijeza la puerta de la casa que todos, incluida
mamá Leo, se volvían hacia ella y se hacía un silencio de ángel, como decía el
abuelo Aquilino. Y había entonces un aire soplándome las mejillas, semejante a
una presencia etérea y afable. Yo sentía pena y también una dicha secreta porque
notaba que, de algún modo, mi padre estaba conmigo y que era ese ángel del que
hablaba el abuelo.
Mis hermanos parecían haberlo olvidado, pero es que eran pequeños.
Además del ángel que era mi padre, el hotel tenía tres fantasmas. Se les oía
ulular por las noches y crujían sus pisadas en los tablones de madera. Eran la
abuela y los bisabuelos. Eso decía el tío Servando, que era el mayor de todos y
que parecía muy juicioso, con un bigote que no le llegaba ni a la altura del
tobillo al del abuelo Aquilino, pero que lo intentaba.
–Todos murieron entre estas paredes –decía, tratando de que no se le escapara la