Page 63 - El hotel
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LA REUNIÓN
ESTÁBAMOS EN EL COMEDOR la familia al completo –forense, notario,
mamá Leo y canadienses incluidos–. El abuelo Aquilino comenzó detallando la
situación económica y otros aspectos aburridos, para terminar con las
circunstancias que habían llevado al implacable señor X a elaborar un informe
negativo. Iba de un lado a otro de la habitación, enroscándose los bigotes,
mientras dieciocho pares de ojos le seguían expectantes.
–Así pues, para cambiar el signo del informe, nada de canciones, nada de
fantasías. Ya hemos visto que las fantasías no le gustan al señor X –decía–.
Debemos conseguir que piense que este hotel puede darnos montoneras de
dinero y que somos de una seriedad intachable, lo cual no deja de ser otra
fantasía. Como el gorrión –a veces, entre nosotros, le llamábamos así– sigue
alojado en el hotel, aún estamos a tiempo de hacerle cambiar de opinión.
Y entonces el tío Florencio, que era el más bruto de la familia, gritó:
–¡A ese déjolu yo sin bigote, sin dientes y sin ganas de hacer el informe de un
guantazo!
Y se dispuso a subir a las habitaciones para cumplir sus amenazas. Entre los tíos
Manolo, Servando y Azucena pudieron pararlo y lo sentaron en el sillón del
señor Aguado, que estaba de pie, junto a la chimenea, encogido de hombros, con
el monóculo y el pañuelo en las manos y aquella pena que parecía salírsele hasta
por los bolsillos.
Desde el sofá, con sus ojos sin ilusiones, la joven Juanita y la vieja mamá Leo
miraban el espectáculo sin inmutarse.
El abuelo Aquilino alzó un poco la voz para poner orden.
–Pero, Florencio, hijo, esa no es la mejor manera de hacer las cosas. La fuerza