Page 64 - El hotel
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bruta se vuelve contra uno y empeora el problema. Hay que buscar soluciones

               definitivas.

               Entonces alguien dijo:


               –¿Y si eliminamos al gorrión? Muerto el perro, se acabó la rabia.


               A todos nos pareció una idea definitiva, sí, pero un tanto exagerada. Aun así la
               discutimos un poco, por no ofender.


               –El veneno podría servir –dijo para disimular la tía Jacinta, que cocinaba muy
               bien y cantaba muy mal para ser de la familia–. María nos puede dar algo de la
               farmacia, y con un buen guiso nadie distingue el sabor del cianuro del de una
               ciruela.


               –¡Ca! –gruñó el tío Florencio, todavía exaltado–. Yo puedo matalu a garrotazos.


               –¡Anda que no zois brutos en el norte! –exclamó el forense echándose las manos
               a la cabeza–. ¡Y luego zoy yo el que tengo que ezaminar el cadáver! ¡Ni hablar!


               –Además, a ver si se va a transformar en fantasma y le hace la vida imposible a
               los bisabuelos –zanjó el tío Servando.


               Todos nos quedamos callados un rato. Los canadienses nos miraban y sonreían,
               pero ya no era igual que antes. Estaban tan tristes como el que más.


               Al fin, la tía Rosa propuso:


               –¿Y si convencemos a la gente del pueblo para que vengan a hospedarse y nos
               comportamos con mucha cordura y corrección?


               –¡Siempre somos correctos! –protestó alguien.

               –¡Pero el señor X conoce a la mitad del pueblo y no tragará! –dijo mi madre.


               –¡Pues que venga la otra mitad! –propuso la tía Amalia.


               –¡Y que se disfracen, por si acaso!


               Pero era una idea un tanto descabellada y difícil de ejecutar. Todos
               permanecimos en silencio un rato, haciéndonos preguntas. Entonces la tía
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