Page 58 - El hotel
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               LA TÍA JUANITA Y MAMÁ LEO






               UNA TARDE me encontré a la tía Juanita sentada junto al fuego. Las llamas
               ponían reflejos anaranjados a su cara aniñada. Parecía estar absorta en aquella
               viveza y aquella luz. Tenía en sus manos la carta ajada de Faustino. De pronto,
               las llamas se avivaron y observé sobrecogida cómo aquel papel se retorcía en el
               fuego, produciendo una humarada negra y ondulante.


               –¿Por qué has quemado la carta? –pregunté desconcertada.


               Ella me miró, y parecía venir de muy lejos cuando exclamó con tristeza:


               –Qué importa ya.


               –¡Pero era la carta de Faustino! –protesté.


               La tía Juanita me miró sorprendida, como si hubiese dicho una tontería.

               –¿De Faustino? ¡Qué va! Esa carta la había escrito yo.


               Me quedé patidifusa.


               –¿Tú?


               –Pues claro. A ver si te crees que ese tal Faustino iba a escribir una carta tan
               bonita.


               –¿Pero quién es Faustino?


               –Ah, no lo sé. Me gustó el nombre y firmé así. ¿A que es bonito?


               –Sí...


               –Y menudas cosas escribe. Ya era hora de que recibiese una carta como Dios
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