Page 53 - El hotel
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HECATOMBE
AHORA YA SABES que una hecatombe es una desgracia, una catástrofe. Y en
verdad que aquello lo fue.
Desde ese domingo, se veía a mamá Leo como perdida y ni siquiera se echaba
colorete. Se sentaba en la butaca del comedor con los ojos en los cristales, donde
a veces rebotaba la lluvia, y parecía envejecer por momentos. También la tía
Juanita tenía la mirada perdida y ya no le brillaban los ojos ni hablaba de
Faustino ni parecía enamorada. Y, para colmo de males, el notario seguía con
aquella tristeza suya y no sabía qué hacer los domingos. Ni siquiera se oían por
la casa las voces de Manolín y Currito. Solo el rebotar de aquella lluvia. Y el eco
de los gritos del señor X. Y el bastón del abuelo de acá para allá en paseos lentos
y meditabundos.
La tía Azucena había dicho:
–¡Ese hombre no será capaz de cerrarnos el hotel!
Pero todos callaban y en su silencio se veía que aquello era posible, aunque yo
no entendiera qué tenían que ver aquel hombrecillo, por muy ladrón que fuera, el
informe del que hablaba y el cierre del negocio del abuelo.
Mi amigo Goyo y yo deambulábamos por los alrededores del hotel tratando de
sacar conclusiones. El agua nos empapaba y el viento enfriaba nuestras mejillas,
pero no era lo mismo que antes de que apareciera el señor X. La lluvia y el aire
ya no producían esa sensación de libertad y de alegría. A veces nos deteníamos y
mirábamos la casona y sus corredores, y nos preguntábamos si en verdad aquel
señor bajito tenía poder para cumplir su amenaza y a cuento de qué venía
ponerse como se había puesto, si no hacíamos mal a nadie con nuestros asuntos.
Un día, le pregunté a mi madre:
–Mamá, ¿es verdad que ese señor tan antipático puede cerrarnos el hotel?