Page 50 - El hotel
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–¿Carta de Faustino, Juanita? –preguntó la tía Azucena, sirviendo la fabada.
Juanita se sonrojó.
–Me acaba de llegar ahora mismo –dijo, y había tanta emoción en su voz que
todos sonreímos complacidos.
Entonces, al señor X le entró un ataque de risa que fue como un ladrido de perro.
–Pero si ese papel es más viejo que don Aquilino –dijo secándose las lágrimas de
los ojos con los dedos enguantados.
El abuelo y la tía Azucena le miraron malhumorados.
–Me ha llegado hoy –insistió Juanita, tratando de poner ojos de enamorada, pero
no le salían.
–Sí, claro –dijo el señor X–, y yo soy cura.
Y se puso a comer fabada como si lo fuese, y hasta se le caía un poco del caldo
por la comisura de la boca. Todos le mirábamos tan fijamente que no nos dimos
cuenta de que mamá Leo entraba con su boa de visón y sus coloretes.
Se detuvo en medio del comedor, desconcertada porque nadie la miraba, y
entonces al señor X se le abrieron mucho los ojos y se atragantó, y ya todos
volvimos la vista hacia mamá Leo, que era la causa de su estupor. Ella sonrió
aliviada y se acercó a saludar a la tía Azucena y al abuelo, dando besos y
sonriendo a todos con mucho encanto.
–¡Bienvenida de nuevo a la mesa del capitán, doña Leonor! Es muy grato tenerla
entre nosotros –dijo el abuelo estrechándole la mano y modulando su voz de
domador de leones.
–Gracias, capitán –dijo mamá Leo–. Con las últimas borrascas y el movimiento
del barco, a punto estuve de no salir del camarote. Pero creo que pronto
llegaremos a Trondheim.
–¿Trondheim? –preguntó atónito nuestro metomentodo.