Page 45 - El hotel
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               EL OFICIO DEL SEÑOR X






               TENGO QUE RECONOCER que aquel hombre me resultaba antipático. Lo
               miraba todo como desde una gran altura, y eso que era un hombre más bien bajo
               o muy bajo, menudo, como ya te he dicho. Todo lo observaba y tomaba
               anotaciones en una libretita, a escondidas, y yo me di cuenta de que aquel
               hombre no era trigo limpio.


               El notario también lo debió comprender enseguida, porque más de una vez le oí
               murmurar para sus adentros:


               –Espero que don Aquilino tenga a buen recaudo sus posesiones. Como para
               fiarse de este.


               Y disimuladamente señalaba al señor X, que vagaba de aquí para allá, con sus
               saltos, sus guantes, su mirada suspicaz y su libretita de notas. Supe a qué se
               dedicaba el día que miré por encima de su hombro las anotaciones de aquella
               libreta. Allí había enumeradas todas las pertenencias del hotel y un numerito a su
               lado, que era el valor que él les daba. Me puse colorada de la indignación.
               Comprendí de inmediato. A Goyo le costó un poco más darse cuenta. Tuve que

               espabilarle.

               –¿A que no sabes a qué se dedica el señor X?


               Mi amigo encogió los hombros.


               –Solo hay que verle sus guantes y sus maneras sigilosas. ¡Piensa un poco!


               Él se quedó un rato callado, como si le costase mucho pensar. Al fin dijo:


               –¿Mayordomo?


               –¡No, hombre, no!
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