Page 41 - El hotel
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               EL METOMENTODO






               AL PRINCIPIO, con el nuevo huésped, la vida en el hotel se volvió simplemente
               extraña. Nada grave. Todos andaban un poco nerviosos, y no era para menos,
               porque aquel hombre resultó ser un metomentodo, como le llamaba la tía
               Juanita. Los canadienses decían:


               –Melones todos, sí.


               Y sonreían achicando sus inocentes ojos canadienses.


               Al huésped, al que llamaré señor X para no desvelar su identidad, se le veía en
               todas partes, con sus guantes blancos y su maletín. En ocasiones sacaba un dedo,
               envuelto en aquella seda nívea, y lo pasaba por los muebles, por los platos, por la
               encimera, y se quedaba largo rato mirando aquel dedo y cabeceando.


               Como era pequeño e iba a saltos, a veces lo perdíamos de vista. Pero cuando
               menos te lo esperabas estaba detrás de ti, espiando. A la tía Violeta, que era la
               más amedrentada de todas, le sacó más de un grito.


               Pero lo peor ocurrió un viernes, en la cocina. Claro que todavía no habíamos
               llegado al domingo.


               Entonces era viernes. El tío Manolo, que se había puesto unas partituras en los
               zapatos porque le quedaban grandes, estaba cortando cebollas. Con la llorera,
               como es natural, le entraron ganas de cantar. Por supuesto que allí estaba Currito,
               nuestro forense, ayudando a pelar patatas, y enseguida que oyó al tío Manolo
               cantar, se puso colorado y a dar gritos:


               –¡Ozú, pero qué canción ez eza! ¡Que azí no ze canta, Manolete!


               Y se arrancó con unas coplas:
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