Page 44 - El hotel
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De pronto, allí estaba el señor X, alzándose sobre las punteras de sus zapatos
para parecer más alto. Ensanchaba el pecho y gritaba como un loco:
–¡Silenciooo! ¡Silenciooo!
Y a la tía Juanita, que ya tenía los ojos húmedos de tanta emoción, se le abrió la
boca de puro pasmo. Y la tía Rosa, que comenzaba con un zapateado, se quedó
petrificada con un pie en el aire.
–¡A partir de las ocho de la tarde, en un hospedaje como Dios manda, no se hace
ruido! –dijo el metomentodo, o sea, el señor X, o sea, el esmirriado ese.
Y guiñó mucho los ojos, que era un tic nervioso que tenía.
–Y si no se puede hacer ruido, ¿qué hacemos? –preguntó desconcertada la tía
Rosa, recuperando la movilidad.
Todos nos miramos sin saber qué contestar.
Al fin, mamá Leo dijo:
–¡Pues yo me voy a ver Copenhague!
Y se fue.
Ese día cenamos la tortilla de patata con cebolla en silencio.
–Ha pasado un ángel –dijo el señor X, haciéndose el simpático.
Y me dio tanta rabia que aquel hombre hablase de mi padre, que me levanté y
me encerré en mi cuarto dando un portazo.