Page 57 - El hotel
P. 57

importunado. También le espiaba, y me di cuenta de que a veces el señor

               metomentodo se quedaba con la mirada ausente, y era como de pesar esa mirada.
               Pero al rato, ajustándose la corbata y a saltos, como era su costumbre, se
               presentaba en el comedor bien sonriente y nos hacía comentarios ásperos que
               debían producirle un profundo regocijo.


               –¿No seguirá esperando carta, Juanita? –decía, guiñando mucho los ojos y
               soltando su risa afónica y perruna.


               O:

               –¿Qué, doña Leonor, aún sigue pensando que Trondheimsfjorden está a la vuelta
               de la esquina, ji, ji, ji?


               O:


               –Ah, señor forense, me alegra mucho saber que ha abandonado el cante jondo.
               Un hombre de su talla y de su oficio no debe dejarse llevar por tales flaquezas.


               A veces, por no aguantarle, llegábamos a desear que hiciera las maletas y el
               informe, pero él no acababa de irse del hotel, como si fuera feliz entre nosotros,
               amargándonos a todos con sus frases y su odiosa presencia.


               Para no verle, le pedí a Goyo que, en lugar de hacer los deberes en el hotel,
               fuéramos a su farmacia. Nos sentábamos en el suelo de la rebotica, entre los
               frascos de medicinas y los matraces, y escribíamos en nuestros cuadernos,
               chupeteando a ratos el bolígrafo y dejando vagar la vista por los estantes. Pero
               yo no veía aquellas botellitas etiquetadas ni percibía el intenso olor de sus

               líquidos. Pensaba en el hotel y me preguntaba si en verdad mi familia
               conseguiría que el señor X hiciese un informe favorable, o si por el contrario
               acabaríamos vendiendo el hotel y separándonos. Entonces, me hacía muchas
               preguntas y mi cabeza daba vueltas y vueltas completamente apesadumbrada.
               ¿Nos seguiría el ángel que era mi padre allá donde fuéramos? ¿Serían los
               fantasmas de una nueva casa igual de familiares? ¿Cuándo volvería a bailar el
               chiringüelo junto a mis tíos? ¿Y quién me hablaría de los ríos noruegos?


               Después, pensaba en los desastres que ya se estaban llevando la alegría de mis
               tíos y de los huéspedes. Sin duda, las más damnificadas eran la tía Juanita y
               mamá Leo, con las ilusiones hechas pedazos.
   52   53   54   55   56   57   58   59   60   61   62