Page 70 - El hotel
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Dejó la pantalla en su sitio y siguió dando órdenes y animando a la señora
duquesa.
–¡Paloma, acompaña al señor X de nuevo a su habitación! ¡Duquesa, venga por
aquí y descanse del largo viaje!
Al fin, la farmacéutica se hartó de tanto tirón de manga y de tanta duquesa y
gritó:
–¡Basta! ¡Bastaaa!
Sus brazos se movieron como las aspas de un gigantesco molino y golpearon el
sobretodo azul, levantando dos nubes de polvo. Se hizo un tenso silencio y,
entonces, María la de los botes nos contempló desafiante:
–¿Es que nun sabéis lo que yo quiero?
Nos miramos de reojo, conteniendo el aliento, acobardados por aquella mujerona
que en nada se parecía a una duquesa y que podía mandar al traste nuestros
planes con una sola frase.
–¿Qué? –preguntó el abuelo con un hilo de voz, tembloroso como las asas de su
bigote.
–¡Una fiesta de bienvenida, cagüen! –dijo la farmacéutica, colorada a más no
poder.
Todos aplaudieron, olvidado ya el motivo de la comedia y entregados a ella con
fervor.
El señor X fue a decir algo, amoscado y poniendo los ojos en blanco, pero la tía
Azucena le atajó de inmediato:
–Por supuesto, será una fiesta de la categoría que se merece la duquesa y en
honor a otro de nuestros no menos ilustres huéspedes: el señor X.
Y aquí el metomentodo sonrió halagado, el muy simple.