Page 73 - El hotel
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–¡Y a usted qué le importan las fiestas! ¡Qué le importan los demás!
Vi que el señor X agrandaba los ojos, pero yo ya no podía parar. Tenía que
decirle a aquel tipejo todo lo que pensaba de él. A veces me pasan estas cosas. Es
como si alguien agitara mi cabeza. Como si yo fuera una botella llena de sifón a
punto de explotar. Y si no lo suelto, reviento y ya está. Eso es lo que pasó. No
me siento orgullosa, pero fue así. Grité:
–¡No le importa nadie, nadie! ¡Solo su trabajo! ¿Y sabe qué? No le invitamos a
la fiesta porque nos caiga bien. Solo lo hacemos por el informe. ¡A usted no hay
quien lo aguante!
Sí, eso fue lo que dije. Un verdadero desastre.
Le miré con terror, asustada por mi propio arrojo y por haber desvelado la farsa.
Él parecía espantado, colérico, pero entonces su semblante cambió. Se dejó caer
en la cama, completamente abatido, y extravió la mirada en los baldosines del
suelo.
–Eso es lo que pensáis todos –murmuró–. Que no hay quien me aguante.
Atónita, vi cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, y su nuez y su bigote y sus
dedos enguantados se agitaron temblorosos.
–Yo intento ser simpático, pero no me sale. Os veo a todos vosotros, en familia,
y os resulta tan fácil ser agradables...
Aquí levantó los ojos hacia mí y mostró un gesto agrio, como si le repugnara la
imagen de mi familia unida y feliz.
–Pero yo no siempre estuve solo, no. ¡Una vez tuve una novia!
Levantó el mentón con orgullo y estuvo un rato expectante, analizando mi
reacción ante aquella insólita confidencia. Inmediatamente, sus hombros se le
hundieron de nuevo. Bajó los ojos y lloriqueó.
–Al final, ella comprendió que yo no la merecía y me dejó. ¡Marie Cecereu me