Page 75 - El hotel
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–¡Tú lo has conseguido! ¡Volveré a mi agujero solitario! ¡Abandonaré el hotel,

               sí, este hotel tan asquerosamente animado y lleno de gente en el que empezaba a
               encontrarme a gusto! ¡Me iré y entregaré el informe negativo sin más dilación!
               ¡Adiós, pequeña mocosa!


               Con ímpetu, recuperó las maletas y los papeles que había guardado en un cajón y
               se quedó en medio del cuarto, mirándome con rencor. Sentí rabia y culpa, y otra
               vez mi cabeza como un sifón agitado. Ya no había vuelta atrás. Nos quedaríamos
               sin el hotel por mi culpa. Qué digo, por culpa de ese bárbaro que encima
               pretendía darme pena. Exploté:


               –¡Eres un malvado, no tienes escrúpulos! ¡Pretendes acabar con la felicidad de
               nuestra familia solo porque tú no encuentras la tuya! ¡No quieres que te rompan
               las ilusiones y tú rompes las de los demás! Nosotros no hacemos mal a nadie con
               nuestras cosas.


               Las lágrimas arrasaban mis ojos. Di un portazo y corrí al patio trasero a
               ocultarme. Me balanceé en el columpio oxidado, y el viento y la luz y las
               lágrimas me cegaron. Las nubes se agolpaban negras y deseé que lloviera con
               rabia y que esa lluvia se lo llevara todo.


               Entonces sentí que alguien se columpiaba a mi lado, y allí estaba Goyo.


               Me miró con sus ojos grises o marrones. Sonrió sin decir nada, para hacerme
               entender que respetaba mi llanto. Los columpios chirriaban.


               Al fin, le confesé todo lo que había sucedido. Las horribles cosas que nos
               habíamos dicho el señor X y yo, y cómo había estropeado la única posibilidad de
               que el hotel siguiera siendo de la familia.


               Él escuchó mi relato atentamente y, cuando terminé de contarlo, me tomó de la
               mano. Estuvimos un rato callados, sin saber qué decir.


               –¡Lo he echado todo a perder! –lloriqueé.

               –Creo que se lo tienes que contar a los demás –dijo Goyo, apretándome con

               fuerza la mano.

               Asentí. Era terrible, pero mi amigo tenía razón: debía enfrentarme a ello.
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