Page 56 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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Interrogatorio II
EN EL instante en el que mi mamá recuperó la conciencia que no había perdido,
pero cuya supuesta ausencia le había servido para hacer tiempo, los funcionarios
del aeropuerto nos separaron.
A Mi Hermana y a mí nos llevaron a una sala aparte con el pretexto de que los
mejores médicos (y los únicos) del aeropuerto iban a atender a mi mamá y lo
mejor sería que nosotras nos fuéramos a otro sitio menos aburrido. En realidad lo
que estaban buscando era interrogarnos por separado a nosotras, las dos
inocentes escuinclas. El proceso del pensamiento de aquellos funcionarios les
decía que dos niñas eran incapaces de mentir, de poner bombas y de engañar a
los servicios de inmigración gringos, así que lo más seguro era que Mi Hermana
y yo tendríamos por fuerza que contestarles la verdad, una vez que nos alejaran
del malévolo influjo de la Mentirosa Mayor (mi madre) y la Viejita que Trajeron
de Tapadera (mi Yaya). Yo no sé los gringuitos, pero aquí los niños solemos
decir bastantes mentiras al día. “¿Ya terminaste la tarea?” “Ya casi.” “¿Te lavaste
detrás de las orejas?” “Sí, muy bien.” “¿Y ese raspón en las rodillas del pantalón
nuevo?” “Sabe.” No sé por qué, pero se me hace que aquellos funcionarios
migratorios no tenían hijos.
Nos ofrecieron una soda y varias bolsitas de peanuts; a Mi Hermana le volvieron
a dar uno de esos cuadernos para colorear que a ella la tenían verdaderamente sin
cuidado, y a mí no supieron qué darme para irme ablandando, así que no me
dieron nada.
Luego supe que a mi madre y a mi abuela les hicieron más o menos las mismas
preguntas, pero con unos modos muy feos. Y hubieran seguido así durante
mucho más tiempo, pero cuando mi señorita no supo cómo contestarme ni
encontró la manera de continuar interrogando inútilmente, se fue a decirles a sus
superiores que ella consideraba inofensivo a aquel cuarteto de tipas: dos
chaparras, una ciega y la otra con soponcios; el asunto se dio por concluido.