Page 61 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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Reencuentro
DICEN los que saben que cada una de las acciones que realizamos en esta vida
tiene una consecuencia. Una sola. Una que clausura un número infinito de otras
posibilidades. Si al doblar una esquina alguien opta por mirar hacia atrás, quizá
encuentre al perro que será su mayor tesoro. Si no mira hacia atrás, tal vez pise
(con sus zapatos nuevos) la gigantesca caca que ese mismo perro dejó.
Si yo no hubiera ido a Estados Unidos, no sería la persona que hoy cuenta esta
historia. Pero tal vez sería otra, más feliz o más rica o más triste. En todo caso,
sería mucho menos esta persona que ahora soy y mucho más una desconocida.
Así que si el genio de la lámpara viniera a concederme tres deseos, todos ellos
tendrían que mirar hacia el futuro. Como decía mi Yaya, “nunca vayas para atrás,
ni siquiera para tomar vuelo”. Y tenía toda la razón. Casi toda.
A lo que sí me gustaría volver es a ese momento en el que después de más de un
año sin verlo, nos reencontramos con mi papá.
Por más que me esfuerzo no consigo acordarme de qué pensé o qué dije. Mi
memoria regresa una y otra vez al mismo sitio: el interior de la camioneta de don
Juan en la que fueron a recogernos.
No tengo idea de quién abrazó a quién. Ni siquiera sé si hubo abrazos, aunque
supongo que no, porque ya en Inmigración nos habían prevenido de que con
aquel señor con camisa a cuadros, mientras menos trato, mejor.
Tampoco sé cómo fueron aquellos primeros intercambios de frases con don Juan.
Mi memoria deja de funcionar cuando le pido que regrese a aquel momento en el
que el miedo a los agentes migratorios parecía ir quedando atrás. No podría decir
qué fue de aquel simpático chofer de la silla de ruedas motorizada. Ignoro todo
acerca de los primeros quince minutos del reencuentro con mi papá. Blanco en
mi cerebro. La nada. Igual a no haber vivido ese cuarto de hora.
Mis recuerdos recomienzan en la camioneta.