Page 66 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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Noche de viento






               YO NO estaba acostumbrada al bosque.


               El bosque era para los días de campo en el día o para hacer de lugar encantado y
               prohibido por las noches.


               En Freeport el bosque era mi patio trasero, delantero, banqueta y vecindario.


               No estaba mal.


               Lo malo es que entre los árboles el viento deja de ser viento para transformarse
               en juego. Y ya se sabe que algunos juegos pueden terminar muy, pero muy mal.


               Era de noche y un cierto airecillo, que llegó como no queriendo ese mismo día
               por la mañana, había tomado tintes de verdadero ciclón. O al menos eso me
               parecía. Aullaba por entre las copas de los árboles y luego venía a colarse por las
               rendijas de la casa de madera. Era un silbido como de cien locomotoras
               trasnochadas.


               Era como un monstruo que venía a arrancar de cuajo todas las cosas que
               presumían de estar ancladas a la tierra. Como una ola a punto de convertirse en
               la batalla final de un nadador. Como el más grande de todos los terrores
               nocturnos.


               Aunque el estruendo del aire lo inundaba todo, se me ocurrió que aquello debía
               ejecutarlo en total silencio. Primero quitarme las cobijas poco a poco; bajar los
               pies, primero uno y luego el otro; levantarme midiendo cada movimiento para
               impedir que la cama rechinara; caminar, puntita a puntita, hasta la guarida, y ya
               ahí, por fin, meterme de golpe entre mi papá y mi mamá.


               Mi Hermana llegó, por supuesto, corriendo y gritando.


               Mi papá nos cubrió con sus brazotes.


               Mi mamá susurraba no recuerdo qué pero en mi memoria suena como una
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