Page 69 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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Puerto Libre
LA CENA de Nochebuena quisimos celebrarla los cinco solos.
Regalos.
Pavo.
Mi papá de vacaciones.
Mi Yaya cada día más acostumbrada a no ver pasar gente, a no entender un
rábano de los programas que salían en la televisión.
Mi mamá ya había tenido tiempo de convertir aquel chorizo en una casa.
Mi Hermana se había encontrado a otra loca como ella, y aunque hablaran en
distintos idiomas, se comprendían perfectamente. Pocas palabras. Así es la gente
lista. O la gente rara. O Mi Hermana y su nueva amiga.
Una escuela nueva para mí. “De oyente”. Un horror indescriptible.
Así que decidimos cenar en casa pero antes tuvimos que prometerle a don Juan y
a toda su prole que el día siguiente, el de Navidad, lo pasaríamos con ellos.
A las nueve en punto de la mañana se apersonaron en tres camionetas y con
muchos paquetes de regalos. No los recuerdo todos, pero la muñeca gigante de
tela y con trenzas que me regalaron aún se muda conmigo a cada nueva casa.
Pobre muñeca, solo ve el sol en las mudanzas: el resto del tiempo lo pasa
soñando que un día vuelve a ser libre, mientras duerme en la parte más alta y
más lejana de algún clóset.
Ya para esas alturas, las cuatro mujeres de la casa estábamos de ilegales. Aunque
no trabajábamos, nuestras visas hacía tiempo que habían expirado. Llevábamos
siete meses en Freeport y a los turistas solo nos permitían quedarnos tres. Así
que desde el día noventa y uno de nuestra estancia en Texas, las meriendas
familiares siempre, pero siempre siempre, llegaban al punto en el que había que