Page 44 - Escalera al cielo
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de tus ojos y te metieran de cabeza en el escusado.






                                Esperamos impacientes al cerrajero y su escandalosa


                                 caja de herramientas. Cuando al final las artimañas


                             de unos sencillos alambres retorcidos funcionaron mejor,


                                        la puerta se abrió y entramos en tropel,


                                           pero no había un solo rastro de ti.





                                        Inspeccionamos debajo de los lavabos


                              y sus rítmicas goteras, sin olvidar hasta el último rincón


                                   de aquellos oxidados gabinetes, y no aparecías.






                                   La maestra lucía pálida, torcía la boca y repetía:






                                    ¡no sé qué pasó!, ¡no sé qué pasó! De milagro

                                     noté la ventana abierta y corrí a asomarme.






                                  Aferrada a la última rama del fresno de enfrente,


                                          a diez metros de altura, estabas tú.






                                   Temblabas sin control. ¡Quédate quieta!, grité,
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