Page 57 - Escalera al cielo
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que no preguntaron qué hacías ahí ni quién eras.
A la hora de comer te ofrecieron un potaje apestoso,
un platillo para cebar cerdos, pero a cambio nadie
criticó tu apariencia, nadie se burló de tus brazos,
de tus espinitas, de tu bocanariz.
Los niños, chimuelos unos, patizambos otros,
con granos y cicatrices, despeinados,
bizcos, narizones, gordos y flacos, todos juntos
cantaban y comían felices, y tú los imitaste.
A cada cucharada pensabas: ¡de aquí soy, aquí pertenezco!
Era una familia de veintitrés fulanos que vivían
muy unidos, en una casa tan pequeña,
tan pequeña, que solo tenía muebles plegables
y para dormir había que sentarse espalda contra espalda.
Y en esa pequeña casa atiborrada, tu tarea del diario
fue menear la gran olla del apestoso potaje.
Cumplías con celo tu faena cuando