Page 62 - Escalera al cielo
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hasta por debajo de la lengua,
pero salva, con el corazón latiendo, sapo
que brinca y brinca. ¡Qué cosa tan rara eres tú!,
pronunció aquella mujer, que venía pegada al brazo.
Yo soy Toto, Atototzin, contestaste, mas ella
estaba rendida y se echó a dormir. Aquella mujer
cuya casa era el aire debajo de un puente,
a veces la banca de un parque o la entrada
de un edificio; o donde la dejaran en paz. Aquella mujer
que contigo compartió su pan duro, su sonrisa y su roto
abrigo, en las noches frías, a pesar de tu apariencia
y de no comprender qué cosa eras tú.
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Con esa artista callejera aprendiste a ganarte la vida
al pie de un semáforo, frente a un público encapsulado
en sus cajas metálicas; público pasajero, cambiante,
público a fin de cuentas. Descubriste lo que se puede
conseguir durante un minuto. Por ejemplo,