Page 168 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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La niña sin nombre
–Úrsula, ¡qué sorpresa!
Por algún motivo, cuando la reunión del periódico acabó por fin, no encontré
otro sitio en el que refugiarme que el despacho de George. Venía tan enfadada
que no solo pegué un portazo al cerrar la puerta, sino también al abrirla. No me
preguntes cómo.
–Hola –dije, sintiendo aún una gran burbuja de furia hinchándose en mi pecho.
–Me gusta que vengas a verme sin que nadie te lo pida –entonces George bajó
los ojos y la voz y, como si tal cosa, se puso a arrancar hojitas muertas de la
planta mustia del escritorio–. Porque... eh... nadie te lo ha pedido, ¿verdad?
–No, nadie.
–¡Yuju! –exclamó, mirándome de nuevo y lanzando las hojitas secas que
acababa de arrancar sobre nosotros como si fueran confeti.
Yo aguanté el chaparrón mirándole a los ojos, pero incapaz de sonreír. Él se
sacudió el pelo y las manos y se rascó la barba, muy serio.
–Perdona, Úrsula, sé que soy un poco payaso. Tú vienes a verme tan formal y yo
siempre con mis bromas y mis historias extrañas. Siéntate y...
–Vengo a que me cuentes una historia –dije, sentándome–. Aunque sea extraña.
George parpadeó un par de veces como siempre que se sorprendía, y me fijé por
primera vez en que sus pestañas eran, también, casi blancas.
–¿Una historia? Bueno, yo... No sé si me ha pasado nada interesante
últimamente. Las historias se me suelen ocurrir cuando alguien saca un tema.
¿Necesitas una historia sobre algo en especial?
–No sé –de pronto me sentía un poco tonta–. Necesitaba escuchar una historia.