Page 212 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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Me encontraba confundida, y alegre, y asustada, e importante, y nerviosa, y roja,
y azul, y a cuadros... Tal vez como se sienten de verdad las jóvenes estrellas del
pop o las actrices de moda. Tal vez es eso a lo que llaman éxito. Porque, en
realidad, sin saberlo, ¡toda esa gente estaba hablando de mí!
Y es que, por si no lo recuerdas, Rebecca Paradise era yo.
O eso creía hasta que llegó el jueves.
El jueves se abría por fin el nuevo gimnasio. No soy ninguna experta en
gimnasios (como puedes comprobar echando un vistazo a mis notas de las
escuelas número uno, dos y tres), pero, a menos que las colchonetas encharcadas
se hubieran puesto de moda, aquel moderno pabellón se había inundado durante
la noche. Grandes manchurrones oscuros por las paredes y un continuo «ploc,
ploc» de goteras que llegaba de todas partes hacían pensar que el edificio no
estaba del todo bien acabado.
A la profesora Treadmill no le importó demasiado. Aquella gigantona rubia (tan
grande como George y casi el doble de ancha) a la que todos temíamos estaba de
un humor de perros por haber estado sin gimnasio casi un trimestre entero:
–¡Vamos, vamos! ¡Formad una fila! Hay que recuperar a toda máquina el tiempo
perdido. ¡Volteretas! Quiero ver vuestras volteretas. Angus, trae aquí esa
colchoneta.
–¡Pero si está empapada! Nos vamos a poner finos...
–¡Oh, el señorito va a empaparse! Siempre poniendo pegas para no dar golpe. Ya
te pillaré yo...
Angus arrastró con dificultad la colchoneta hasta el centro del gimnasio, pero
aún pude oír cómo murmuraba a la Treadmill por lo bajo: «¡Búscame en el
Paradise!». A pesar del miedo y la humedad, se me escapó una sonrisita de
triunfo.
–¡Tú! ¡Doña Sonrisas! ¡Voltereta hacia atrás!
–¿Yo? –pregunté con voz de cachorrillo indefenso.
–¡Tú! ¡Tú! ¡Tú! ¿Ves otros «tús», acaso? ¡Voltereta hacia atrás!