Page 213 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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«De acuerdo, Rebecca –pensé–. Quitémonos esto de encima cuanto antes». Cogí

               toda la carrerilla que pude corriendo de espaldas, me dejé caer de culo sobre la
               colchoneta húmeda y ejecuté lo que me pareció una bonita voltereta.

               Y al ponerme yo del revés, el mundo volvió a ponerse del derecho.


               Una horrible carcajada retumba mil veces más en un gimnasio que en una
               pequeña clase:


               –¡No podía ser otra!


               –¡Como un cochino revolcándose en el barro!


               –¡Eso no es una voltereta, es una cerdereta!


               Volvía a ser yo: la niña patas arriba, la niña con brazos como piernas y piernas
               como brazos, la niña con los pies en la almohada y la cabeza apestando a pies, la
               niña lombriz que daba vueltas como un espagueti. Vueltas no, volteretas.
               Volteretas no, cerderetas.


               No era, no había sido y nunca sería Rebecca Paradise. Jamás.


               Pero tampoco era ya Úrsula Jenkins, porque Úrsula jamás se hubiera levantado
               lentamente y mirado de frente a su público con una mueca feroz y los ojos
               húmedos. Jamás habría vuelto con la cabeza bien alta al final de la fila. Y, sobre
               todo, jamás se habría inclinado por detrás sobre el hombro de Álex para decirle
               en voz baja:
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