Page 273 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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extraño, como un largo gemido, pero nadie más se paró a escucharlo porque

               todos estaban pendientes de Sofía.

               –¡Ánimo!


               –¡Aguanta, Rebecca!


               –Llevas cuatro segundos, Sofía. Te quedan dieciséis.


               Yo miraba fascinada a aquella niña que sabía hacerlo todo bien (excepto, quizá,
               ser simpática con las nuevas alumnas). La práctica del ejercicio era tan perfecta
               y delicada que en aquel momento me resultaba difícil sentir rencor hacia ella.
               Las puntas de sus pies se estiraban hacia arriba más y más, como si quisieran
               tocar el cielo.


               La canasta rechinó entonces de tal modo que salí de mi ensoñación y me moví
               hacia la derecha... Prefería mojarme los pies en un charco a morir aplastada por
               aquel enorme saltamontes de hierro. Los demás, sin embargo, seguían
               embobados y se sumaban poco a poco a la cuenta atrás que voceaba la profesora
               Treadmill:


               –¡Doce, once, diez...! ¡Te queda la mitad, Sofía!


               Yo dejé de atender porque acababa de meter el pie en uno de los charcos y
               notaba una pequeña piscina bullendo en mi calcetín. Me apoyé en la pared y me
               desabroché la zapatilla.


               La canasta volvió a crujir, y juraría que hasta se había descolgado unos
               centímetros.


               –Señorita Treadmill –dije, aunque demasiado bajito–, creo que esa canasta...


               –¡... ocho, siete, seis...! –el vozarrón de Treadmill retumbaba más que nunca,
               porque entre los alumnos se iba haciendo de nuevo el silencio. Un silencio
               extraño y hormigueante.


               Volví la vista hacia ellos. Entre susurros, discutían y señalaban a la joven y
               prometedora atleta Sofía Jenkiusky. Tenían pinta de estar muy confundidos.


               Miré la canasta, que cada vez parecía un poco más alejada de la pared. Miré a la
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