Page 274 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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señorita Treadmill, que tenía la vista fija en su cronómetro. Miré el calcetín
húmedo que sostenía en mi mano. Miré a Sofía, que sudaba y temblaba tratando
de aguantar cabeza abajo. Miré a mis compañeros, que ya no parecían
confundidos sino fastidiados. Miré mi zapatilla encharcada y la lancé de una
patada hacia un rincón seco. Presentía que algo espantoso estaba a punto de
suceder, y mi cabeza volvió a transformarse en una bomba de relojería con
cuenta atrás. Aunque en esta ocasión la cuenta atrás podía escucharse también
desde fuera:
–¡... cuatro, tres, dos, uno... bien! –rugió la profesora Treadmill–. ¡Perfecto,
Sofía! ¿Veis? ¡Así es como debéis hacerlo!
Sofía se dejó caer, agotada pero sonriente. Los alumnos corrieron hacia ella con
intención de felicitarla. O eso creía yo... y ella. En lugar de eso, se le quedaron
mirando fijamente a un lugar bastante extraño: los pies.
–¡Míralo! ¿Lo ves?
–¡Es verdad!
–¡No se parecen en nada, son otros pies!
–¿Qué... qué pasa? –preguntó la pobre reina a sus furiosos vasallos, a los que
solo les faltaban las horcas y las estacas.
–Pasa que tus pies no son los pies de Rebecca Paradise –acusó una voz, y fue la
de Lavender–. ¿Y el pintaúñas verde? ¿Y el meñique retorcido? Bah, ¡tú no eres
Rebecca!
¡Los pies! ¡Mis pies! Juro que tuve intención de salir a correr a la pata coja a
recuperar mi zapatilla, pero entonces la canasta hizo un ruido tan horrible, crujió
de una forma tan espantosa, que no tuve más remedio que gritar con todas mis
fuerzas:
–¡¡¡Señorita Treadmill!!! ¡La canasta! ¡Se nos cae encima!
Todos se volvieron a mirar a la Fabulosa Mujer Invisible... y lo único que
parecieron ver fue su Fabuloso Pie.
–¡Mira sus uñas!