Page 275 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–¡¡Niños, la canasta!!
–¡Y el meñique!
–¡Tiene rastros de color verde!
–¡Va a caerse! ¡¡Moveos!!
–¡Es idéntico! ¡Es ella!
Tomé aire, corrí y grité más fuerte aún, tratando de que me siguieran:
–¡¡¡Corred, a la esquina!!!
Como una estampida de ovejas, todos corrieron a refugiarse a aquel rincón
encharcado y se apretujaron contra las espalderas podridas. La profesora
Treadmill llegó la última y saltó a lo más alto de las barras, justo a tiempo de que
la canasta no la aplastara al desplomarse con un ruido atronador sobre el suelo.
Dos losas del suelo se partieron y la canasta quedó reducida a un esqueleto
retorcido de hierros del que escapó, rodando, un aro naranja que fue a encestarse
justamente sobre mis zapatillas.
Y entonces, entre una gran nube de polvo y cientos de toses y alguna risa, un
niño cualquiera se me acercó, me miró de abajo arriba y me dijo:
–¿De verdad escribiste tú todo eso? ¡Creo que es genial!