Page 272 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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charcos de agua sucia nos amenazaban desde todos los rincones, y algunas
colchonetas empezaban a criar moho. La madera de las espalderas parecía medio
podrida, y las canastas se tambaleaban si recibían un balonazo porque sus
anclajes se estaban oxidando.
De todos modos, lo más podrido de todo el gimnasio parecía la propia profesora
Treadmill, a la que se veía más amargada y furiosa que nunca. Cuando, como
cada día, formamos una fila frente a la colchoneta grande para ensayar nuestras
volteretas hacia atrás (me da igual lo que dijera, yo ya las tenía casi dominadas),
ella hizo sonar su silbato tan fuerte como para anunciar la salida de un tren de
mercancías.
–¿¡Qué demonios hacéis!? ¿Os figuráis que vamos a pasarnos el curso con las
volteretas como si fuéramos niños? ¡Despejad la zona, despejadla! ¡Todos a los
rincones! ¡Y cuidado con mojarse los zapatitos!
Todos nos agolpamos contra un trozo de pared que aún se veía seca.
–¡Tú no, Sofía! ¡Acércate!
Su graciosa majestad la Reina de las Volteretas se acercó a la colchoneta dando
saltitos.
–Tú ya sabes hacer el pino, ¿verdad?
–Sí, profe.
–Entonces descálzate y enséñales a todos estos cómo se hace. Quiero que te
mantengas ahí arriba al menos veinte segundos.
–No sé si puedo hacerlo durante veinte...
–¡¡Arriba!!
Sofía se recogió el pelo, dejó sus zapatillas, sus calcetines y sus pendientes en un
rincón, se subió a la colchoneta y se puso de espaldas a nosotros. Con su chándal
blanco y su moño, parecía una atleta rusa a punto de ejecutar un ejercicio de
nueve y medio. Plantó las manos en la colchoneta y... ¡ale hop!
En aquel momento, la canasta de la pared de nuestra derecha hizo un ruido