Page 46 - La vida secreta de Rebecca Paradise
P. 46

–Superbién. He conocido a un montón de gente. Son todos muy simpáticos.

               Requetecontrasimpáticos. Me han cogido para el equipo de baloncesto. Y para El
               Noticiero de Tercero. Es el periódico de mi clase: «Noticias y chismes sobre
               nuestra escuela». El título se me ha ocurrido a mí. «Redactora jefe: Úrsula J.». Y
               creo que también voy a ser delegada, aunque aún no hay nada oficial.


               –Estupendo –murmuró papá, aunque sus ojos muy abiertos no tenían ninguna
               pinta de decir «estupendo», sino algo totalmente distinto–. Bueno... supongo que
               tienes hambre. Hay espaguetis sobre el fogón y un chándal limpio en la
               banqueta.


               No, no, no, no. No tenía hambre de espaguetis ni de chándal. Solo tenía hambre
               de meterme en mi cuarto y enterrar la cabeza debajo de la almohada. O en una
               de las cajas. O en algún sitio más profundo aún.


               –Sí, muchísima –contesté, y me dirigí a la cocina sintiendo cómo sus ojos me
               seguían de puntillas por el pasillo.


               Mientras mareaba los espaguetis con el tenedor, me puse a pensar en lo que
               vendría después de aquel primer lunes de colegio. Seguramente, un primer
               martes. Y después, un primer miércoles y un jueves y un viernes y un fin de
               semana preguntándome qué ocurriría al lunes siguiente. Y sería una pregunta
               idiota, porque todo, todo, todo seguiría siempre igual, con cientos de Sofías por
               encima de mí y miles de charcos bajo mi culo. Daba igual que fuera la escuela
               número cuatro o la número cuatro mil. El mundo seguiría dando vueltas como
               mi tenedor, y nada cambiaría ni para mí ni para los espaguetis. Ellos seguirían
               siendo flacos y amarillos. Yo, mentirosa y estúpida. Y así hasta marearnos.


               Detuve el tenedor para probar la pasta, que me supo demasiado a tomate,
               bastante a queso rallado y un poco a lágrimas. Y me di cuenta de que estaba
               llorando.


               Y entonces, a pesar de lo que odio a los magos, se me ocurrió que no iba a
               quedarme más remedio que ejecutar una vez más mi gran truco. Un truco muy
               complicado que llevo años ensayando para intentar huir de los problemas. Un
               truco que se realiza sin chistera, sin varita y sin palabras mágicas. El truco de
               convertirse en una persona invisible.


               «Si no te ven –susurra el pobre mago antes de desaparecer misteriosamente
               sobre el escenario–, no podrán meterse contigo».
   41   42   43   44   45   46   47   48   49   50   51