Page 54 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–Hola –le contesté, esforzándome por mirar al vacío con cara de rincón.


               –Parecía que te hubieras enfadado.


               –Tenía que ayudar a mi padre.


               –¿Y qué haces aquí sola?


               –Nada.


               –No se puede no hacer nada. Al menos estarás respirando, o te morirías.


               –Vale –acepté, porque discutir con aquel niño sí que significaba la muerte–, pues
               respiro.

               –¿Puedo respirar contigo?


               –Me da igual.


               –¿Y sentarme?


               –El patio no es mío –me miró con cara de no entender nada–. Siéntate si quieres.


               Yo estoy segura de que dije «siéntate», pero Álex debió de entender algo así
               como «sígueme hasta el fin del mundo sin dejar de hablar». Y eso fue
               exactamente lo que hizo a partir de aquel día.
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