Page 60 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–Por llevar esos pendientes tan bonitos –Leanne solía arreglárselas para salirse

               por la tangente sin necesidad de discutir–. ¡Vamos, muévete!

               Sofía recorrió los tres pupitres que la separaban de nosotros con cara de estar
               recorriendo el desierto del Sahara sin cantimplora. Luego arrastró una silla con

               toda la desgana de que fue capaz, se sentó, apoyó los codos en la mesa y enterró
               las mejillas entre las manos como si su cabeza fuera incapaz de sujetarse sola.
               Solo quedaron a la vista sus grandes pendientes de colores, que realmente eran
               muy bonitos.


               Leanne volvió a pedir silencio.

               –Vais a escribir un trabajo de redacción de cara a las próximas fiestas de

               Navidad. Quiero que cada grupo discuta cuál sería el mejor modo de pasar las
               vacaciones... todos juntos. Qué lugares visitaríais, dónde viviríais, cómo os
               divertiríais. No vale que cada uno piense en sus vacaciones por su cuenta, así
               que tendréis que poneros de acuerdo, ¿entendido? ¡Adelante!


               Eché un vistazo a mi «grupo». Sofía seguía con la cara enterrada entre las
               manos, de modo que apenas podía ver sus ojos tras las mejillas espachurradas.
               Pero lo poco que pude ver no me gustó nada: Sofía no se hubiera ido de viaje
               con nosotros ni con todos los gastos pagados.


               Álex, en cambio, sonreía. Casi podía ver a través de sus ojos todas las ideas que
               había empezado a barajar para nuestras maravillosas vacaciones inexistentes.


               En cuanto a mí, me sorprendió mucho descubrir que también sonreía. Al menos
               por fuera. Era otra vez esa sonrisa idiota que no podía controlar, y que desde
               luego no tenía nada que ver con lo que estaba sintiendo por dentro. Pero mi boca
               se estiraba sola como si estuviera contentísima y a punto de hacer las maletas.
               Arranqué una hoja del cuaderno y empuñé mi boli azul. Me temblaba la mano.


               –Bueno... –dije, por decir algo, aunque apenas escuché mi propia voz.


               –¿Dónde os parece que podríamos ir? –preguntó Álex, que sonreía por dentro y
               por fuera. Digamos que su sonrisa era reversible, como la chaqueta marrón y
               verde de papá.


               Sofía no contestó, estaba ocupada vigilando de reojo a los demás grupos.
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