Page 92 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–No prestas atención. Ya te he dicho que el tío Óscar era incapaz de deshacerse

               de ningún objeto de su colección. Tal vez lo intentó, pero no pudo.

               –¿Y qué pasó?


               –No sé cuánto tiempo fue capaz de aguantar, pero llegó un momento en que su
               casa estaba literalmente alfombrada de conejos blancos, como si hubiera nevado.
               Naturalmente, ya no podía permitirse salir a husmear por las tienduchas en busca
               de nuevas adquisiciones. No tenía tiempo ni espacio. Debía ocuparse de los

               animales, limpiar lo que ensuciaban y salir a por hierba fresca para alimentarlos.
               Al fin, su casa se hizo inhabitable y se vio forzado a tomar una decisión. Tomarla
               fue, seguramente, la segunda cosa más difícil que hizo en su vida.


               –¿Qué decidió?

               –Decidió vender su apartamento y, con él, toda su colección de objetos
               imposibles. Excepto el sombrero, desde luego. Y con el dinero que obtuvo,

               compró una casa en el campo y la transformó en una granja de conejos.

               –¿Y entonces?


               –Entonces se llevó una enorme sorpresa. Se dio cuenta de que era feliz.


               Me quedé callada. No sabía qué decir ni qué pensar, pero sabía que aquella
               historia tan absurda tenía un sentido que se me escapaba. En clase de Lengua
               siempre nos obligan a buscar el sentido de las historias. Así que lo pregunté
               directamente:


               –¿Y cuál es el sentido de la historia?


               –¿Sentido? –George parecía confundido–. Ah, yo solo quería comentarte lo que
               opino sobre los magos. Además, creo que es una regla del colegio contar algo
               interesante el primer día para que los demás te conozcan. Quizá tú también
               tuviste que hacerlo... Lo siento si te he hecho perder el tiempo.


               –Entonces... ¿puedo irme ya?


               –Claro.


               –¿Tengo que volver?
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