Page 87 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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No tenía bigote, pero sí una barba rubia muy cerrada, casi blanca. Y una sonrisa,

               pero pequeña. Una sonrisa que parecía decir: «Me alegro de verte, pero no tengo
               ni idea de lo que haces aquí». Debía de ser enorme, porque incluso sentado tras
               su escritorio parecía más alto que yo. También era muy joven. Más que papá.


               –Hola –insistí–. Soy Úrsula Jenkins.

               –¿Úrsula? ¡Ah, Úrsula! Leanne me dijo que vendrías a primera hora. Entra, por
               favor, ¡siéntate! Si me das un momento, yo... creo que debo de tener tu ficha por

               aquí...

               Se levantó y comenzó a revolver el despacho en busca de la ficha. Francamente,
               era difícil revolverlo más. Todo el espacio disponible estaba ocupado por

               montañas de papeles, folletos, carpetas, dibujos hechos con ceras de colores y un
               par de plantas medio mustias. Para un tipo tan gigante como él, no resultaba fácil
               moverse sin acabar derribándolo todo de un manotazo. Después de husmear un
               buen rato en los cajones de la mesa, levantó la vista y me miró con expresión de
               triunfo:


               –Bueno, ya no hay que buscar más –dijo, pescando del cajón un par de
               caramelos de café y ofreciéndome uno, que rechacé–, ahora estoy seguro de que
               la he perdido. Habrá que empezar desde el principio. Me llamo George... George
               Deveraux. ¿Y tú?


               –Úrsula Jenkins –repetí con decisión.


               –Ah, sí, sí. Úrsula. Tendrás que perdonarme, no llevo mucho tiempo aquí. Vengo
               de otra escuela y aún ando un poco perdido.


               –Yo tampoco. O sea, yo también –aclaré.

               –¡Bueno, al fin alguien que entiende cómo me siento! –George paladeó su

               caramelo–. Dime, Úrsula, ¿por qué te ha pedido Leanne que vinieras a hablar
               conmigo?

               Tragué saliva.


               –No lo sé –e inmediatamente me corregí–. Creo que fue por algo que dije en
               clase.
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