Page 90 - La vida secreta de Rebecca Paradise
P. 90

¿Cómo íbamos a haber hablado nunca de nada? Negué con la cabeza.


               –Mi tío –comenzó muy despacio, como si le costara acordarse de aquel hombre
               al que, según él, recordaba tan a menudo– era un hombre solitario. Jamás se
               había casado, no tenía hijos ni amigos íntimos. Apenas se relacionaba con su
               familia. Y es que tenía una afición que ocupaba todo su tiempo libre.


               Aquí George hizo una pausa, como si esperase que yo le preguntara cuál era la
               afición de su solitario tío Óscar. Pero no lo hice.


               –El tío Óscar era coleccionista. ¿Alguna vez has coleccionado algo, Úrsula?


               Sacudí la cabeza de nuevo. Mi colección de motes era algo demasiado íntimo.


               –Óscar coleccionaba objetos raros y exóticos. Su apartamento estaba lleno hasta
               el techo de todo tipo de artículos extravagantes. Incluso aterradores. Solo
               recuerdo haber visitado su casa en un par de ocasiones, pero aún hoy sigue
               apareciendo en mis pesadillas: un laberinto oscuro lleno de chismes mohosos y
               cosas disecadas flotando en frascos de alcohol. El tío las compraba en viejas
               tienduchas del centro que solo él conocía, normalmente regentadas por
               anticuarios arrugados de manos de pájaro y fea dentadura. ¡Como en las
               películas! Una vez que compraba un objeto, jamás se deshacía de él. Así la
               colección iba creciendo y creciendo, hasta que casi no quedó sitio para mi tío.


               «Bueno, pues muy bien –pensé–. Ahora, mi consejo». Pero él continuó:


               –Una tarde, regresó de una de aquellas tiendas con su nueva adquisición. Algo
               muy preciado para cualquier coleccionista de objetos curiosos.


               Esta vez sí que pregunté, en parte por no parecer maleducada:


               –¿El qué?


               –Un auténtico sombrero de mago. Una vieja pero bonita chistera negra forrada
               de raso que aún debía de oler a polvos mágicos. El vendedor se lo dijo bien
               claro: «Es una verdadera chistera de mago, no una imitación barata». Mi tío la
               colocó en un lugar de honor sobre una estantería y se acostó muy contento. Al
               menos, todo lo contento que podía estar una persona como él.
   85   86   87   88   89   90   91   92   93   94   95