Page 170 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 170

164                       BATALLA  DE  ISOS

       reales  que  daban  a  Darío  por  muerto,  pues  habían  visto  cómo  eran  paseados  en
       triunfo  por  el  campamento  su  carro,  su  arco  y  su  manto  real.' Inmediatamente,
       envió  a  Leonato,  uno  de  sus  amigos,  a  tranquilizarlas,  asegurándoles  que  Darío
       estaba vivo y que  no  tenían  nada que  temer  de  él, pues  no  era  su  enemigo  perso­
      nal ni  de  Darío;  lo  que  se ventilaba  en  aquella  honrosa  lucha  era  la  posesión  del
       Asia, y su rango y su desgracia serían respetados.  Y no  faltó  a  su  palabra. No  sólo
       se les  dispensaron los  cuidados  que  se  debían  al  infortunio,  sino  que  se  les  guar­
       daron  también  los  miramientos  a  que  estaban  acostumbradas  de  días  más  felices
      y se las siguió sirviendo, como antes, a la  usanza persa.  Alejandro  no  quiso que se
       las  tratase  como  a  prisioneras  de  guerra,  sino  como  a  reinas,  pues  entendía  que
       ja  majestad  de  aquellas  personas  de  sangre  real  debía  estar  por  encima  de  toda
       diferencia  entre  griegos  y  bárbaros.  Por vez  primera  se  traslució  aquí  cómo  pen­
       saba  modelar  sus  relaciones  con  el  país  vencido.  En  circunstancias  iguales,  los
       atenienses  o  los  espartanos  habrían  dejado  que  su  odio  o  su  codicia  dictasen  la
       suerte de las  princesas  enemigas;  la  conducta  de Alejandro,  a  la  par  que  acredita­
       ba su magnanimidad,  era una prueba  de su política  más libre  o,  por lo  menos,  de
       más  largo  alcance.  Sus  contemporáneos  ensalzaron  la  primera  porque  no  com-
      prenH5aiT^'"'mie5Eas  no  comprendieron  la  segunda;  casi  ninguna  hazaña  de  Ale­
      jandro  fué tan admirada por ellos como  esta benignidad ejercida por él  allí  donde
      habría  podido  comportarse  como  un  vencedor  lleno  de  orgullo,  esta  prueba  de
      respeto allí  donde  habría  podido  revelarse  en  él  el  griego  y el  rey.  Lo  más  admi­
      rable  de  todo  se les  antojaba  el  que  Alejandro,  más  grande  en  esto  que  su  gran
      prototipo  Aquiles,  renunciase  a  hacer  valer  sus  derechos  de  vencedor  sobre  la
      esposa  del  vencido,  que  pasaba  por  ser  la  más  hermosa  de  las  mujeres  asiáticas;
      prohibió  que  se  hablase  siquiera  de  su  belleza  delante  o  cerca  de  él,  para  que
      ni  siquiera  una  palabra  aumentase  el  dolor  de  aquella  mujer,  digna  de  respeto
      en su  desgracia.  Contábase  más  tarde  que  el  rey,  acompañado  solamente  por  su
      favorito  Efestión,  habíase presentado  en la  tienda  de las  princesas y  que  la  reina-
      madre,  no  sabiendo  cuál  de  aquellos  dos  hombres,  cuyos  brillantes  arreos  no  se
      diferenciaban  en  nada,  era  el  rey,  se  prosternó  ante  Efestión,  el  más  alto  de  los
      dos,  para adorarlo a la  usanza persa;  pero  al ver  que  Efestión  daba  un  paso  atrás,
      comprendió  que  se  había  equivocado  y  ya  estaba  segura  de  que  aquel  error,
      cometido  por la  gran  turbación  en  que  se encontraba,  le  costaría  la  vida,  cuando
      Alejandro,  sonriendo, le  dijo:  “No,  no  te  has equivocado,  pues  también él  es Ale­
      jandro”,  y  que  luego  tomó  en  sus  brazos  a  uno  de  los  hijos  de  Darío,  de  seis
      años,  y  lo  acarició  y  lo  besó.
          Las pérdidas  del  ejército macedonio  en  esta  batalla  se  calculan  en  300  hom­
      bres  de  infantería  y  150  jinetes.  El  mismo  rey  había  sido  herido  en  un  muslo.
      No  obstante,  visitó  a  sus  heridos  al  día  siguiente  de  la  batalla.  Hizo  que  se
       diese  sepultura  a  los  caídos  con  los  máximos  honores,  ordenando  que  todo  el
      ejército  desfilase  en  orden  de  combate.  Tres  altares  erigidos  junto  al  Pinaro
      fueron  su  monumento  y  la  ciudad  de  Alejandro,  fundada  a  la  entrada  de  los
   165   166   167   168   169   170   171   172   173   174   175