Page 174 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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168                  AGITACION  EN  LA  HELADE

      el  encargo  de  apoderarse  de  aquellas  costas,  mientras  ellos,  con  sus  barcos,  se
      dirigían  a  Quíos,  saqueando  y  castigando  a  su  paso  las  costas  jónicas.  Olvidá­
       ronse,  sin  embargo,  de  algo  tan  esencial  como  era  el  proteger  aquella  importante
      posición  de  Halicarnaso,  donde  Otontopates  tenía  aún  en  sus  manos  la  ciuda­
      dela  marítima;  por  fin,  esta  fortaleza  —la  noticia  fué  recibida  por  Alejandro
      estando  en  Soloi—  cayó  en  poder  de  los  macedonios;  las  grandes  pérdidas  de
      tropas  experimentadas  por los  persas  obligáronles  a  abandonar  también  los  pun­
      tos  en  que  se  defendían  en  tierra  firme,  tales  como  Mindos,  Caunos  y  el  Trio-
      pión;  siguieron  en  manos  de  los  persas  únicamente  Cos,  Rodas  y  Calimna,  islas
       que  dominaban  la  entrada  a  la  bahía  de  Halicarnaso.  Sabían  que  Darío  había
       cruzado  el  Eufrates  al  frente  de  un  ejército  en  que  solamente  los  mercenarios
      griegos  rebasaban  el  total  de  los  efectivos  de  Alejandro  y  con  una  superioridad
       inmensa  de  fuerzas  de  caballería.
          No  se  ve  claramente  cuáles  pudieron  ser  los  móviles  que  determinaron  la
       conducta  ulterior  de los  almirantes  a  cuyo  mando  se  hallaba  la  flota  persa,  si  los
       avances  de  Egelojo,  quien,  con  arreglo  a  las  instrucciones  recibidas  de  Alejandro,
       había  vuelto  a  formar  una  flota  en  el  Helesponto,  la  cual  logró  derrotar  en
       Tenedos a la  escuadra de Aristómenes,  o  el  propósito  de  encender la  insurrección
       general  en  la  Hélade,  coincidiendo  con  la  derrota  de  Alejandro,  ya  que  ésta
       dábase  por segura.  Lo  cierto es  que,  dejando  una  guarnición  en  Quíos  y  algunos
       barcos  en  Halicarnaso  y  en  Cos,  salieron  con  las  cien  naves  más  marineras  hacia
       la  isla  de  Sifnos,  del  grupo  de  las  Cicladas.  Aquí  les  prestó  eficaz  ayuda  el  rey
       Agis,  pues  aunque  sólo  les  facilitó  una  triera,  desarrolló  ante  ellos  un  gran  plan
       para  enviar  al  Peloponeso  la  mayor  cantidad  posible  de  barcos  y  tropas,  que  él
       se  encargaría  de  mandar;  el  rey  les  pidió  además  dinero  para  reclutar  nuevos
       elementos  de  lucha.  Los  atenienses  hallábanse  también  enormemente  excitados
       o,  por  lo  menos,  los  patriotas  esforzábanse  por  todos  los  medios  en  atizar  su
       excitación; “cuando Alejandro —dice Esquines tres años más tarde, en un discurso
       contra  Demóstenes—  se  hallaba  cercado  en  Cilicia,  según  tú  decías,  privado  de
       todo  y  expuesto,  tales  eran  tus  palabras,  a  que  la  caballería  persa  lo  aplastase,
       el  pueblo  no  dió  crédito  a  tus  impertinencias  ni  a  las  cartas  que  empuñabas  en
       tus  manos  mientras  ibas  de  un  lado  para  otro,  a  pesar  de  que  les  enseñabas  mi
       rostro  y  te  esforzabas  en  hacerles  ver  cuán  abatido  y  desencajado  estaba,  presen­
       tándome,  además,  como la bestia  destinada  al  sacrificio  tan  pronto  como  Alejan­
       dro  sufriera  alguna  derrota” .  Y,  sin  embargo,  el  propio  Esquines  dice  que
       Demóstenes  seguía  aconsejando  una  prudente  espera;  en  cambio,  Hipereides,
       Moirocles  y  Calístenes  predicaban  ardientemente  la  alianza  inmediata  con  los
       estados  helénicos,  que  sólo  parecían  estar  esperando  la  señal  para  pronunciarse
       en contra  de la  causa  de Antipáter y Macedonia.  No  tendría  nada  de  particular,
       aunque  no  disponemos  de  elementos  de  juicio  concluyentes  en  este  sentido,
       que  hubiesen  tomado  contacto  también  con  Harpalo,  el  tesorero  de  Alejan­
       dro,  que  se  había  trasladado  hacía  poco  a  la  Gran  Grecia  —y  bien  podemos
       asegurar que  no con las  manos  vacías—,  hallándose  a  la  sazón  en  Megara.
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