Page 180 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 180

174                        SITIO  DE  TIRO

       ciudad  de  Tiro,  con  sus  intenciones  manifiestamente  hostiles,  y  al  Egipto  y  a
       Chipre,  en  manos  de los  persas  todavía;  y  menos  aún  desde  el  punto  de  vista  de
       los  asuntos  persas:  con  ayuda  de  los  tirios,  los  persas  podrían  adueñarse  nueva­
       mente  del  poder  en  los  mares  y,  mientras  ellos  avanzaban  sobre  Babilonia,  tras­
       plantar  la  guerra  a  la  Hélade  con  fuerzas  armadas  más  numerosas,  teniendo  en
       cuenta  que  los  espartanos  se  habían  puesto  ya  en  marcha  y  que  los  atenienses,
       hasta  ahora,  se  habían  abstenido  de  hacerlo  más  por  miedo  que  por  buena  vo­
       luntad  hacia  Macedonia;  en  cambio,  una  vez  conquistada  la  ciudad  de  Tiro,
       tendrían  en  sus  manos  toda  la  Fenicia,  y  la  flota  de  los  fenicios,  la  mayor  y  la
       mejor parte de la  escuadra persa, veríase  obligada  a hacer causa común  con Mace­
       donia,  pues  ni los  marineros  ni  el  resto  de  la  dotación  de  estos  barcos  se  presta­
       rían  a  combatir  por  mar  mientras  sus  propias  ciudades  estuviesen  en  manos  de
       otros;  y,  por  su  parte,  la  isla  de  Chipre  tendría  que  decidirse  a  seguir  también
       el  camino  de  las  costas,  si  no  quería  caer  inmediatamente  en  poder  de  la  flota
      macedonio-fenicia.  Una  vez  conseguidas  estas  fuerzas  navales  coaligadas,  a  las
       que en seguida se sumarían forzosamente los  barcos  chipriotas,  el  poder  de  Mace­
       donia  por  mar sería  decisivo  y la  expedición  al  Egipto  segura  y  de  éxito  indiscu­
       tible;  una  vez  sometido  el  Egipto,  no  habría  para  qué  preocuparse  ya  de  lo  que
      ocurriera  en  la  Hélade;  y  entonces  podría  emprenderse  con  esperanzas  mucho
      más fundadas la marcha sobre Babilonia,  sin preocupación alguna  sobre las  condi­
       ciones  interiores  de los  propios  países  y  seguro  de  que  los  persas  habían  quedado
       cortados  del  mar  y  de  todos  los  territorios  del  lado  de  acá  del  Eufrates.  Los'
      reunidos quedaron convencidos  de que era  necesario  someter a la  orgullosa  ciudad
      marítima,  ¿pero  cómo  llegar  a  conquistarla  sin  disponer  de  una  flota?  La  em­
      presa  parecía  irrealizable,  por  lo  menos  a  primera  vista;  pero  si  se  llegaba  a  la
      conclusión  de  que  era  necesaria,  no  había  más  remedio  que  buscar  el  modo  de
      realizarla;  habituado  a  poner  en  práctica  planes  muy  audaces  por  medios  más
      audaces  aún,  Alejandro  decidió  unir a  la  ciudad  insular  con  la  tierra  firme,  para
      luego  ponerle  sitio.
          La  nueva  Tiro,  emplazada  en  una  isla  de  media  milla  de  longitud  y  menor
      latitud  aún,  hallábase  separada  de  la  costa  por  un  canal  de  unos  mil  pies  de
      ancho,  que  por la  parte  dcT la  isla  tendría  como  tres  brazas  de  profundidad,  pero
      que por  la  parte  de  la  costa  era  un  brazo  de  agua  lodosa  y  poco  profunda.  Ale­
      jandro  decidió  tender  un  dique  entre  la  isla  y  tierra  firme;  los  materiales  para  el
      relleno  los  suministrarían  los  edificios  de  la  antigua  Tiro,  abandonados  por  sus
      habitantes, y los cedros del Líbano;  en aquel fondo blando era fácil clavar estacas,
      y  el  légamo  serviría  para  ensamblar  las  distintas  partes  de  la  obra.  Esta  desarro­
      llábase  con  el  mayor  entusiasmo,  en  presencia  y  bajo  la  dirección  personal  del
      rey,  no  pocas  veces;  las  alabanzas  y  los  regalos  aliviaban  el  duro  trabajo  de  la
      tropa.
          Hasta ahora,  los  tirios,  confiados  en  sus  barcos  y  en  la  fuerza  y  la  altura  de
      sus  murallas,  habían  contemplado  aquello  sin  inmutarse;  pero  había  llegado  la
      hora  de hacer comprender al insolente  enemigo la  necedad  de  su  intento  y la  su­
   175   176   177   178   179   180   181   182   183   184   185