Page 184 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      zado gran número de barcos de carga y todas las  trieras  que no  estaban  en buenas
      condiciones  de  navegabilidad  para  artillarlos,  algunos  de  ellos  del  modo  más
      ingenioso, con arietes, catapultas y toda otra clase de máquinas.  Pero las máquinas
      del  dique  no  eran  lo  bastante  fuertes  para  romper  aquella  sólida  muralla  cons­
      truida  de  piedras  sillares,  cuya  altura  de  ciento  cincuenta  pies,  reforzada  además
      por las  torres de madera levantadas sobre las almenas,  resistía  a  todos  los  intentos
       de  tender  sobre  ella  puentes  para  el  asalto  desde  las  torres  de  los  macedonios.
       Cuando  los  barcos  armados  de  máquinas  se  acercaban  a  las  murallas  a  derecha
       e  izquierda  del  dique,  los  recibía  ya  desde lejos  una  granizada  de  proyectiles,  de
       piedras  y  de  dardos  incendiarios;  y  cuando  por  fin  se  acercaban  remando  para
       atracar,  se  encontraban  con  multitud  de  piedras  hincadas  que  les  impedían  ha­
       cerlo.  Las  dotaciones  de  las  naves  empezaban  a  quitar  las  piedras,  trabajo  fati­
       goso  ya  de  suyo  para  hecho  desde  barcos  vacilantes  y  que  se  veía  duplicado  y
       no  pocas  veces  incluso  frustrado  por  el  hecho  de  que  los  buques  tirios,  protegi­
       dos  contra  proyectiles,  lograban  apoderarse  del  cable  de  anclaje  de  las  naves
       sitiadoras y las  dejaban a  merced  de la  corriente y  del viento.  Alejandro  hizo  que
       se  interpusieran  ante  los  barcos  anclados  otros  acondicionados  al  igual  que  los
       tirios,  para  proteger  las  anclas,  pero  los  tirios  buscaban  hasta  llegar  cerca  de
       los  barcos  enemigos  anclados  y  cortaban  los  cables,  hasta  que,  para  evitarlo,  las
       anclas  se  largaban  con  cadenas.  Ahora,  los  barcos  macedonios  podían  trabajar
       ya sin peligro y las masas de piedras fueron alejadas para que los barcos armados  de
       máquinas  pudieran  atracar.  El  ejército  estaba  lleno  de  ardor  combativo  y  de  ra­
       bia;  los  tirios  habían  llevado  a  unos  macedonios  que  tomaran  prisioneros  a  lo
       alto  de  las  murallas,  donde  —a  la  vista  de  sus  camaradas,  que  lo  contemplaban
       todo  desde el  campamento— los  degollaron,  arrojando  sus  cadáveres  al  mar.
           Los tirios no podían menos de darse cuenta de  que  con cada  día  que  pasaba
       aumentaba  el  peligro  en  que  se  encontraba  su  ciudad  y  que  ésta  se  hallaba
       perdida  sin  remisión,  desde  el  momento  en  que  ya  no  dominaba  en  el  mar.
       Habían  confiado  en  recibir  refuerzos,  sobre  todo  de  Cartago;  nunca  creyeron
       que  los  chipriotas  se  lanzaran  a  la  lucha  contra  ellos.  Pero  las  dos  esperanzas
       les  salieron  fallidas,  pues  por  fin  llegó  el  barco  sagrado  de  la  solemne  embajada
       de  los  cartagineses  con  el  mensaje  de  que  no  podían  prestar  ayuda  alguna  a  su
       metrópoli.  Ya  se encontraban  punto  menos  que  bloqueados,  puesto  que  la  salida
       del  puerto  norte  estaba  cerrada  por  la  flota  chipriota  y  la  del  puerto  egipcio
       por los  barcos  fenicios,  lo  que  no  les  permitía  siquiera  recurrir  a  su  única  posi­
       bilidad de salvación, que habría  consistido en  reunir todas., sus  naves para  intentar
       una  salida.  En  vista  de  ello,  con  la  mayor  cautela,  desplegando  las  velas  de  sus
       barcos  para  ocultar lo  que  estaban  tramando,  prepararon  en  el  puerto  norte  una
       escuadra formada por tres  quinquerremes, otros tantos  cuatrirremes y  siete trieras,
       dotando  a  todas  estas  naves  de  una  tripulación  escogida;  habían  decidido,  en  la
       paz del mediodía,  hora  en  que Alejandro  solía  retirarse  a  descansar  en  su  tienda,
       en  tierra  firme,  y  la  marinería  de  la  mayor  parte  de  los  barcos  saltaba  a  tierra
       para  recoger  agua  fresca  y  víveres,  intentar  una  salida  desesperada.  Salieron  del
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