Page 187 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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fuerzas armadas atracaron inmediatamente en el mismo sitio que antes ocuparon
las naves equipadas con máquinas fueron tendidos los puentes para el asalto,
por los que se apresuraron a lanzarse los hipaspistas; Admeto, su jefe, el primero
en saltar, fué también el primero que cayó; encolerizados por la muerte de su
comandante y bajo la mirada del rey, que venía detrás con la agema, los hipas-
pistas presionaban con todas sus fuerzas; pronto los tirios fueron desalojados de
la brecha, los asaltantes conquistaron primero una torre y luego otra, ocuparon la
muralla y limpiaron el camino hacia la ciudadela, que Alejandro mandó tomar,
pues desde allí era más fácil descender sobre la ciudad.
Mientras tanto, los barcos de Sidón, Biblos y Arado habían conseguido pene
trar al puerto sur, después de romper las cadenas de la entrada y habían echado
a pique u obligado a alejarse hacia la orilla a las naves surtas en los muelles; otro
tanto habían hecho los barcos chipriotas en el puerto norte, habiendo ocupado ya
el baluarte y los puntos más cercanos de la ciudad. Los tirios habían ido reple
gándose de todas partes delante del Agenorión, donde se disponían a defenderse
como una masa compacta. Pero desde lo alto de la ciudadela se lanzó, contra este
último contingente de los tirios que aún se defendía un poco en orden, Alejan
dro al frente de sus hipaspistas, mientras por el lado del puerto irrumpía Coino
con sus falangitas; tras breve y enconadísimo combate, esta masa de tirios fué
vencida también y acuchillada. Ocho mil tirios se calcula que encontraron la
muerte en el sitio y toma de la ciudad. Los demás habitantes que no lograron
huir, cerca de unos treinta mil, fueron vendidos como esclavos. Alejandro ordenó
que fuesen indultados los que habían buscando refugio en el templo de Heracles,
el rey Acémilco, los más altos funcionarios de la ciudad y algunos mensajeros
cartagineses.
Es posible que los sidonios y otros fenicios escondiesen y salvasen en sus bar
cos a miles de sus connacionales tirios; como lo es también que una parte de la
antigua población permaneciese en su sitio o volviese luego a él. Alejandro tenía
razones sobradas para conservar y favorecer aquella ciudad, con su magnífico
puerto, que era, tal vez, el mejor punto de arribada para una flota en toda la
costa siria, aunque sólo fuese para asegurarse una posición dominante en medio
de otras ciudades marítimas, en estas costas que seguían teniendo sus flotas y
sus príncipes, aunque colocados ahora bajo la soberanía de los macedonios. Pero
la antigua comunidad tiria y, a lo que parece, su monarquía se terminaron.
Tiros pasó a ser la plaza de armas de Macedonia en estas costas y, según cabe
presumir, una de las bases permanentes de la flota.
La fiesta de la victoria de Alejandro consistió en celebrar en el Heracleón
de la ciudad insular el sacrificio al dios Heracles que los tirios le habían rehu
sado; el ejército desfiló con todo su armamento y la flota pasó formada solemne
mente por delante de la isla; la máquina que había roto la muralla fué paseada
entre exhibiciones gimnásticas y un desfile de antorchas por las calles de la ciudad
y emplazada en el Heracleón, y ante el altar del dios se ofrendó también el barco
de Heracles de los tirios, que había caído ya antes en poder de Alejandro.